Cuando la vida te encierra en mil muros y las respuestas confusas te hunden en el lodo, cuando eres la única luz entre las tinieblas y tu consciencia resulta la única verdad.
Existe, existe la paz, existe el dulce sentir de tregua infinita en mi
corazón, de sensible armonía entre mis sentimientos y mis pensamientos, existe
sin duda la mayor calma y serenidad, aquella que me permite disfrutar de forma
desmedida mi corazón y cada día de vida que me otorga el cielo a mi favor. No
comprendía la existencia de los sentimientos puros y no alcanzaba a dimensionar
realmente mi capacidad de sanación, de resiliencia y fortaleza. Nunca pude
poner realmente un valor a la certeza de mi completa felicidad, pero ahora que
la he conocido, la atesoro como mi mayor verdad.
Siempre deseé mi libertad por encima de cualquier otro bien, siempre anhelé
la completa elección de mi proceder, pero nunca imaginé que era la paz, la
mayor libertad que podía obtener en el plano terrenal, la paz en mi corazón, en
mi mente y en mi alma, la paz de mi existencia, la paz de mi vivir día a día
con el mayor amor a la vida y un rotundo desprecio a perder de vista mi
independencia y soledad. Alcancé la paz cuando solté mis esfuerzos desmedidos
por defender algo que se moría con cada día que existía, alcancé la calma
cuando reconocí la verdad y dejé de proteger la oscuridad que habita en otro
ser, cuando por fin elegí aceptar que había juzgado erróneamente la bondad y
creído ciegamente en el bien de la crueldad.
Es que no existe mayor tortura que empeñarse en creer en la mentira y
suplicar por encontrar un atisbo de sinceridad en la traición, cariño o amor en
el mar de tragedias que surgen de un corazón hueco y una mente inherente. No
existe mayor equivocación, aún peor que juzgar mal un alma buena, que juzgar
bien un ser corrupto, pues es tal la ceguera ante el propio juicio e infinito
el dolor ante la verdad evidente, que la vida se derrumba y el corazón se
consume, intentando sostener de sus propias cenizas las infames creencias de
virtud en un ser carente de luz.
Mi paz, mi amada, adorada y querida paz, es también llamada soledad, es
también llamada carencia y tortura, por aquellos cuyas almas están tan
equívocas que no saben gozar de su existencia individual y de la bendición de
su independencia, cuyos dotes traen la mayor bondad, el amor propio y la
felicidad sincera, esa que se disfruta en soledad, con uno mismo y nadie más,
con el tacto del agua tibia recorriendo la piel, con el sonido de la propia voz
en la mente, mientras se pronuncian estas palabras en el perpetuo silencio de
una habitación, entre el tacto del rocío sobre las hojas y el aroma de la
tierra mojada en una mañana fría, mi amada paz, mi única paz, goza del infinito
amor a mi soledad, del desmedido gozo de mis días en mi propia y maravillosa
compañía.
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